Cuando los niños juegan en casa compartimos una gran expansión de objetos, muchos sin significación para nosotros los adultos: bolitas repartidas por el suelo rodando, trocitos de papel, lápices, rueditas… en fin, el desorden. Todo por el suelo, todo fuera de lugar.
Este caos nos invita a hacer una pausa y nos da la oportunidad para pensar sobre nuestra actitud frente al juego del niño: ¿Qué sentido imprimirle?
Si compartimos la idea de que el niño que está jugando, está haciendo la actividad más importante que puede hacer como ser humano, entonces podremos:
-Ponernos al servicio del juego que se impone: habilitarnos a jugar, lanzarnos a la aventura de disfrutar de lo novedoso.
-No interrumpir: intervenir lo mínimo, enlazando con la escucha y dejándonos llevar a cualquier lugar sin buscar los porqués y los paraqués. Estar disponibles.
-Favorecer un entorno adecuado: observar, estar atentos a las demandas. Facilitar a los niños materiales de la vida cotidiana, abiertos, no estructurados, que habiliten el juego libre. No imponer, ser más auténticos. Dar lugar a la espontaneidad.
-Acordar el momento y el modo de la recogida de objetos: nos ofrece la oportunidad de escuchar al niño en su punto de vista y expectativas.
Así iremos otorgándole un sentido a cómo cada objeto va configurándose en una escena singular, en un espacio determinado. Porque en el propio caos el niño encuentra su límite, llena el vacío y le da rumbo a la deriva.
Cuando el propio orden de la escena se antepone al nuestro es hora de redescubrir el juego y abrir la puerta para entrar a jugar.
👩🏻🔬Marina López
Licenciada en psicopedagogía
Diplomada en juego
M.P 290
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